Sentado en la silla del impío no quiero estar,
Maldiciendo el resto de mis días.
Tampoco tener gran apetito por las burlas no quiero,
Atrapado en la copa que repugna,
Teniendo síntomas de iniquidad,
Ceñido con la embriaguez de la soberbia.
Me condenaría la justicia en senderos de paz
Por pocos momentos de gozo,
Besando los labios dulces del pecado,
Siendo víctima del manantial de lujuria…
Lloraría llenándome los puños indigestos de derrota.
Hay muchos que te han conocido mi Señor,
Fueron grandes ciervos tuyos…
Que cuando ellos oraban,
Siendo ungidos con oleo de alegría,
Todo el infierno temblaba…
Y ahora por “culpa” de las caricias sin cordura,
Hay que buscarlos en la sección de “Hermanos Perdidos”,
Orar por ellos, para que regresen a tu seno.
Señor ¡ten piedad de mi… de tu pueblo!
Sabemos que entre nosotros hay cizaña.
Que el diablo presta su varita mágica a cualquiera…
Engañando a los simplones.
Si no pagaste la tenencia al Padre
Por medio de Cristo,
¡Puedes pecar tranquilo!
La silla que ocupas dentro del Templo,
Va a hablar por ti, siempre estuviste puntual…
Y cuando tú predicas, nadie se duerme.
¡Qué engaño!
Vamos a obedecerle a nuestro Padre,
Por tanto que nos ama,
Nos sacara de Filadelfia, vistiéndonos con los “frutos del espíritu”,
Secándonos El mismo las lagrimas después del rapto,
Siéndonos santuario en la Ciudad Eterna,
Teniendo como lámpara al Cordero.
Con las hojas del árbol de la vida seremos sanados,
Nunca más caminaremos de noche,
Siéndonos el Señor nuestro retoño.
¡Vamos a luchar hermanos!